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Apología, cine y censura

Publicado: 2018-06-14

Salíamos mi madre y yo de ver La Casa Rosada. Frente a mi extensa lista de razones estético-ideológicas por las cuales detesté la película, ella solo dijo: “Me gustó porque así tal cual era esa época”. Acto seguido, pasé de estar molesto con la película a estar molesto con mi madre y finalmente, terminé molestandome con la humanidad en su conjunto. ¿Cómo podemos infligirnos tanto dolor los unos a los otros? Como diría el gran George Harrison: “¿Acaso no es una pena?”.

Sin embargo, la ficción no tiene por única función rememorar el pasado para que no se repita. De hecho, yo diría que su finalidad está en deuda en mayor medida con el presente simple que con el pasado perfecto. Pensemos, por ejemplo, en “En la Boca del Lobo” de Lombardi, una de las piedras angulares de la cinematografía nacional. Una película estrenada en pleno conflicto, 1988, de ninguna manera podría contener el tono anti-fuerzas armadas que tiene “La Casa Rosada” (2018). En 30 años el militar ha pasado de tener el papel de víctima a tener el papel de victimario. De seguro, le pongo “En la Boca del Lobo” a mi madre el día de hoy y me diría lo mismo: “Así tal cual era esa época.”

El pasado, como el presente, puede interpretarse de tantas maneras como seres humanos surcamos la tierra. En ese sentido, estos dos puntos de vista son ambos válidos aún siendo contradictorios. Como el gato de Schroedinger, que estaba vivo y muerto al mismo tiempo, los militares fueron tanto víctimas como victimarios. ¿No es esa acaso, por definición, la condición de alguien cuya profesión le obliga a quitarle la vida al prójimo? ¿No somos todos finalmente un poco vícitimas y un poco victimarios?

Creo que el tema no es si quiera si los militares son buenos o malos. La razón fundamental para que se dé este cambio de paradigma está en quién es el enemigo de la sociedad en el momento en el que se realiza una película. En 1988, el enemigo con claridad era Senero Luminoso. Hoy, con claridad, el enemigo del Perú tiene nombre y apellido: Keiko Fujimori. Su ímpetu por conseguir el poder es tal que no le interesa guardar las apariencias a la hora de cooptar las instituciones y mañatar las reglas de juego democráticas. Por esa razón, hacer películas que saquen a relucir los trapitos sucios del régimen de su padre es una manera de resistencia. Me arriesgaría a afirmar que el día que desaparezca el fujimorismo desaparecerán con él las insufribles tragedias sobre la guerra interna.

Tanto mella en Fuerza Popular el discurso anti-fuerzas armadas que ahora están promoviendo una ley para censurar aquellas producciones cinematográficas que critiquen al Estado en su rol de héroe en la lucha antisubversiva. Esta propuesta no es descabellada, encuentra eco en la ley alemana, aquella que impide la apología Neo-nazi. La diferencia está en que el Perú no es Alemania y que lejos de impedir el resurgimiento del totalitarismo, esta ley es un signo más de la dictadura parlamentaria a la que Keiko Fujimori nos tiene sometidos.

Es indiferente si La Casa Rosada es o no apología. Porque aunque haya habido una alianza tácita entre el protagonista y los terroristas (él no los delata y en agradecimiento lo liberan de los militares), al fujimorismo no le interesan estos detalles narrativos. Meterán a películas muy bien logradas como “La Última Noticia” en el mismo saco. Aunque tuviesen la sensibilidad, el conocimiento y el tino para discernir lo que es apología de lo que no, en última instancia eso no es lo que les interesa. El fujimorismo quiere avasallar al arte, así como hace el castrismo en Cuba. Porque no importa el tinte ideológico, cuando el arte es silenciado se aniquila toda posibilidad de disidencia pacífica. No permitamos que por una película desafortunada se le de a los piratas con garfios la potestad de censurar nuestro último reducto de libertad: la expresión.


Escrito por

Alonso La Hoz

No es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea.


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