La seguidilla de ataques en contra de mujeres perpetrados por sus parejas en la última semana revela un problema social preocupante. Pero tan o más alarmante que los hechos es la incapacidad de las autoridades y de los medios de comunicación para dilucidar las aristas de este flagelo en una justa medida. Es por ello que aquí proponemos nuevas formas de aproximarnos a este triste asunto.

Este es un tema sobre el cual hay que hilar muy fino porque se corre el riesgo de caer en trivialidades, presunciones y generalizaciones que, en vez de abrir vías para el entendimiento, nos condenan a caer en la victimización y el señalamiento. "Tocan a una, nos tocan a todas" es el lema de #Niunamenos, el movimiento civil que se ha propuesto salvaguardar la integridad física de las mujeres no solo en el Perú. Y es que este problema no comienza ni termina en casa. La violencia es una forma antisocial de comportamiento que a la humanidad le cuesta dejar de lado. 

En primer lugar, vale la pena que hagamos el esfuerzo de desviar la atención del detalle por un momento, para permitirnos observar estas situaciones de horror en su contexto. ¿Cuánto se ha incrementado o disminuido "la violencia" en nuestra sociedad en los últimos 50 años? Las décadas finales del sXX fueron testigos de terrorismo, desapariciones y guerra. Incluso es de conocimiento público la tortura del dictador Alberto Fujimori hacia la madre de sus hijos, la señora Susana Higuchi. Hecho sobre el cual ni Keiko ni Kenji, hoy líderes de la mayor fuerza política del país, han sabido o querido deslindar con firmeza.

Es importante que podamos vernos en contexto a sabiendas de que los cambios sociales toman tiempo. Hace no más de dos generaciones era "normal" utilizar la violencia física como método de enseñanza en las escuelas, sin importar el nivel socio-económico. Así mismo, los padres (y las madres) mantenían su autoridad utilizando la mano dura. Con esto queremos proponer que la violencia es un comportamiento que viene aprendido por medio de las instituciones más básicas de la sociedad: la familia y la escuela. Si bien esto se ha ido modificando con el tiempo, aún ocurre. ¿Se le puede pedir a alguien que ha sido educado a golpes que no se convierta en un abusador en su vida adulta? Con esto no queremos eximir de responsabilidad a los perpetradores de los abusos de las últimas semanas. Pero sí es importante entender que las condiciones de víctima y victimario se retroalimentan.

Esto nos lleva a un segunda cuestión que no podemos evitar considerar. El tema que nos ocupa es causado principalmente por desviaciones psicológicas de conducta y no tanto por un ensañamiento malsano de un género en contra del otro. Y es aquí que el abordaje mediático juega un rol preponderante. Si bien estadísticas como "el 70% de las agresiones contra mujeres son perpetradas por sus parejas" nos ayudan a entender que existe una mayor cantidad de esposos pegalones que de ladrones de carteras, no nos da luces sobre las causas de estos hechos. Todo lo contrario. Es necesario un análisis profundo de cada caso para poder comprender en su justa medida qué motiva este tipo de conductas aberrantes. Solo de esta manera podemos establecer lineamientos para entender qué es lo que está sucediendo. ¿Fue un hecho aislado o recurrente? ¿El abusador tenía un desorden psiquiátrico conocido? ¿Consumía alcohol o drogas? ¿Existió violencia de la mujer hacia el hombre? Son muchas variables que hacen difícil poner a todos los abusadores dentro del mismo saco.

Así como las mujeres están haciendo un esfuerzo por contar su historia, los hombres también tenemos experiencias de violencia que compartir. "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". Todos somos en mayor o menor medida víctimas y victimarios de violencia. No basta con zafar el cuerpo con un post de Facebook condenando los actos de nuestros congéneres.

Por ello, hoy doy un paso adelante y me arriesgo a relatar mi experiencia. Ojalá mi caso sea ejemplar en cierta medida. Sufrí castigos físicos sistemáticos por parte de mi padre, lo cual me generó problemas de autoestima durante la niñez y la adolescencia. A los 24 años tuve una pareja mitómana y celotípica a la cual me era muy difícil abandonar a causa del problema de autoestima arriba mencionado. En más de una ocasión recibí golpes de parte suya a los cuales no respondía ni me significaron razón suficiente para terminar, por esa idea machista de que los golpes de las mujeres no duelen. Me costó varios años de terapia entender que la violencia no solo genera heridas en el cuerpo y que las más difíciles de cerrar son las heridas del alma. Más temprano que tarde tocamos fondo. Una noche perdimos la razón. Tras haberle pedido que se retirara de mi vida, me vi obligado a sacarla a empujones de mi casa. Ella, con una pesada historia familiar, se metió por la ventana. En ese momento me disocié. Sentí que una energía oscura recorría mi cuerpo desde mis pies hasta mis ojos. En seguida, se me nubló la vista y lo siguiente que recuerdo es su cuerpo tendido sobre el suelo. Nuestras familias intentaron intervenir para que esto finalmente se acabara, pero nos seguimos encontrando en hoteles a escondidas. No fue hasta que conocí a otra persona que finalmente me dejó de buscar. Fue una época terrible, en la cual nos hicimos mucho daño. Los segundos de violencia de mí hacia ella (que mi mente ha elegido no recordar) tan solo fueron la punta del iceberg de una relación enferma que sacó a la luz lo peor de nosotros. Tras varios años de terapia y un par de  amores buenos pude entender los límites de la pasión. 

Las personas no sanamos de la noche a la mañana. Las sociedades menos aún. Escribo esto porque creo que hace falta una explicación cabal de esta conducta humana. A esta avalancha mediática le hace falta una interpretación que contemple el punto de vista de los hombres también. Porque creo que la violencia es un mal de la sociedad que ataca a todas las edades, a todos los géneros y a todas las clases. Porque creo que la victimización y el señalamiento no nos va a llevar a ningún lado. Y sobre todo porque, desde mí experiencia, la solución no se consigue a través del miedo a la reprimenda de la ley. Si no por el acto consciente de elegir lo sano, para lo cual es importante un proceso de acompañamiento. 

La Municipalidad de Lima, bajo el mando de Susana Villarán, tuvo una propuesta interesante llamada "Para la Mano" que proponía, al estilo de alcohólicos anónimos, terapias grupales para hombres que estaban dispuestos a cambiar y dejar de lado sus conductas de violencia sistemática. Obviamente de eso no queda ni el recuerdo. Curar a la sociedad pasa por entender que estos hechos son un síntoma de una enfermedad que nos involucra a tod@s y que, entre otras cosas, elegir autoridades competentes y bien intencionadas puede ayudarnos a abordar políticas que pongan puntos sobre las íes en temas de salud pública sicológica.