El Festival de Cine Latinoamericano es el espacio ideal para auscultar nuestras oscuridades. Si bien hay temas que se repiten año tras año (finalmente los seres humanos somos los mismos hace milenios), siempre reaparecen desde una perspectiva innovadora. Una buena noticia de las últimas ediciones es la gran cantidad y calidad de mujeres directoras que encuentran en el festival el lugar perfecto para dejar constancia de su paso por el mundo. Ser mujer en latinoamérica no es cosa fácil. Por ello, en las líneas siguientes intentaré aproximarme a dos películas sobresalientes que, siendo dirigidas por mujeres, tocan el mismo tema desde puntos de vista diferentes, dejando en claro que no es posible encerrar la experiencia de lo femenino en moldes seguros, si no que, por el contrario, la femineidad hoy reta tanto al establishment político como a la manera en que miramos al pasado de nuestro continente. 

La Idea de un Lago, de la argentina Milagros Mumenthaler, cuenta la historia de Inés, una fotógrafa abriéndose camino hacia la experiencia del parto. Quiere dar a luz un libro gráfico de sus trabajos. Al mismo tiempo, en su vientre se gesta una nueva vida. Durante este complicado proceso, revive la historia de la casa familiar a las orillas de un lago majestuoso. Debe regresar para desenterrar los rastros que en ella (y en su memoria) dejó su padre, desaparecido durante la dictadura militar. La película recibió una mención honrosa.

Los Perros, de la chilena Marcela Said Cares, cuenta la historia de Mariana, una ama de casa acaudalada y aficionada a la equitación. Al igual que Inés, planea tener hijos, pero su deseo parece no estar llegando a buen puerto. Por ello, se refugia en un desmedido amor por sus perros. Vive rodeada de lujos y empleados que se encargan de mantenerla alejada de todo rastro de inmundicia. Sin embargo, su espíritu libre la obliga a ir más allá. Por medio de un par de aventuras carnales, cae en cuenta de que su padre, un influyente millonario, apoyó la dictadura militar causante de tantas desapariciones. Tal vez debido de su riesgo e incorrección política, esta película fue una de las grandes ausentes en la lista de los premiados del festival. Sin duda fue una de mis favoritas.

Estas dos películas ofrecen puntos de vista opuestos con respecto a los años de violencia. Las protagonistas se enfrentan a la figura paterna, a su pareja y a la historia política de América Latina. En el primer caso, el padre ha desaparecido; en el segundo, ha colaborado en desaparecer personas. Son dos filmes que conversan como espejos. Por ello, creo que es una buena ocasión para dar un siguiente paso: recoger los dos puntos de vista. Enfrentarlos, compararlos y contrastarlos. Porque, ¿qué es el quehacer de la historia si no un juicio sobre las acciones de nuestros antepasados?

A pesar de sus diferencias, ambas protagonistas toman la decisión de indagar. Inés inicia los trámites para constatar que los restos descubiertos en una nueva fosa sean los de su papá. Mientras que Mariana indaga en el alma de aquel que será encarcelado por haber efectuado las desapariciones. Ambas mujeres son, de cierta manera, víctimas pasivas de una historia política que sus familiares tratan de negar.

Los muertos, por los que el amante de Mariana es juzgado y que Inés ansía reconocer, provienen de un contexto específico: La Guerra Fría. Es decir, un conjunto de guerras subsidiarias asusadas por los EEUU y la URSS a lo largo y ancho de la Tierra durante el sXX. ¿Qué camino podemos tomar para cerrar las heridas producidas por este peculiar periodo de la historia, si no nos está permitido juzgar al verdadero causante, el sistema mismo? Y así, con las heridas aún abiertas, las llamadas minorías buscan hoy el oxímorón del trato igualitario en un sistema basado en la inequidad. No es difícil de entender entonces el odio hacia los llamados “privilegiados” por el sistema. En tal sentido, podríamos afirmar que en la posmodernidad la dicotomía hegeliana amo-esclavo (para Marx, capitalista-proletario) se atomisa y genera una multiplicidad de dicotomías que se intersectan. El Otro es, hoy más que nunca, el mayor enemigo. Impedidos de reclamarle al sistema por nuestros muertos, nos señalamos con el dedo entre nosotros, las personas de a pie, intentando rastrear los unos en los otros al gran enemigo simbólico. En última instancia, el causante de nuestro dolor.

De esta manera, el fin de la historia no se presenta como el acabose de las guerras entre los hombres. Sino todo lo contrario. Por medio de las luchas atomistas de esta generación es que el sistema “divide y reina”. Más valdría, como Inés, superar la alteridad por medio de una indepencia radical frente a nuestro pasado, o bien, como Mariana, hacerle el amor a la bestia. Esto es abrirse a la posibilidad de ver la herida del otro y otorgarle reconocimiento a sus reivindicaciones. El verdadero enemigo ya no está fuera. Esta entidad asbtracta que he venido llamando sistema no es otra cosa que la suma de nuestras millones de individualidades configuradas para competir en vez de cooperar. Más hoy que nunca necesitamos poner en práctica la escucha antes que el soliloquio y la risa antes que la ira, porque sin ellas sucumbimos a lo peor que puede habitar nuestras almas: el resentimiento.