#ElPerúQueQueremos

A los pies de San Martín.

Los rastros del discurso de odio.

Publicado: 2017-07-12

Este artículo nace de lo ocurrido en la Plaza San Martín, el día viernes pasado, 7 de Julio del 2017. No versa sobre aquellos hechos infames. Por el contrario, es una exploración de sus causas. El odio gratuito del cual fui víctima es una condensación en la realidad de ideas etéreas, mitos y universos simbólicos que la gente confiere a una persona concreta a causa de ciertos estereotipos. Al fin de cuentas, los colectivos, esas ficciones sociales, asientan su identidad en la diferencia.

Hace dos semanas me encomendaron escribir una obra teatral sobre la relación del Perú y de Chile. Perdón, de peruanos y de chilenos, para tirarnos más al llano. Por qué no, personas que viven al norte y personas que viven al sur. Hay veces en que pienso que las demarcaciones políticas no deberían existir. Que todos deberíamos usar una sola moneda y hablar una misma lengua. Ser una sola nación. Como diría Lennon, “viviendo la vida en paz”. Quizá ese será el mundo en algunas pocas generaciones, quizá así lo fue alguna vez, como narra el relato bíblico.

Pero la verdad es que las historias de las sociedades, de los países, de las familias, en suma, de las personas están llenas de conflictos. (Podría decirse que para que haya historia es necesario un conflicto.) Sin embargo, hay momentos en que nos abruma el devenir, que las rencillas se salen de las manos y terminamos enfrascados en una guerra que no se sabe ni cuándo ni por qué comenzó. Pero si de algo se está seguro es que no tiene cuando acabar.

La guerra ocurre cuando se nos acaban las palabras; cuando la ira, la frustración, la venganza y el revanchismo superan nuestra capacidad verbal; cuando nos barbarizamos, convirtiéndonos en agentes de odio. Eso fue lo que a fin de cuentas me ocurrió a los pies del pétreo caballo de San Martín, ese general que al mando de tropas chilenas consiguió lo que Tupac Amaru y los hermanos Pumacahua no pudieron: independizar al Virreinato del Perú. Podría decirse pues que en gran medida la independencia del Perú fue una vez más una victoria chilena, a saber de que al general porteño le pagaba el gobierno de Chile. Este dato irrefutable está totalmente minimizado en la historiografía nacional y del inconsciente colectivo de la nación. Es por ello que es significativo que un acto de odio antichileno ocurra en la plaza San Martín, siendo en gran medida toda ella un monumento al ejército del país del Sur.

Ahora bien, es bastante obvia la razón por la que se minimiza la participación chilena en la guerra de independencia y en otras cuantas en las que peruanos y chilenos dieron la vida juntos en el mismo bando. La Guerra del Pacífico, también llamada del Salitre o de los diez centavos, marca un antes y un después en las siempre tensas relaciones peruano-chilenas. Es la herida que no sana, que algunos no dejan sanar.

Solo un personaje como Abimael Guzmán podría dar un golpe simbólicamente tan duro a la oligarquía limeña. La toma de Chorrillos es a la guerra con Chile, lo que el coche-bomba de Tarata es a la guerra interna. Es decir: una masacre de gente pudiente. Muy pocas veces en la historia del Perú el sector criollo, blanco y poderoso ha sentido afectada no solo su posición, sino también su vida en algún conflicto. Así comprobamos que las guerras no las pelean las burguesías. Sin embargo, sí es ella (en específico ese subgénero venido a menos denominado “los intelectuales”) quien escribe la historia. Es comprensible, entonces, que los discursos oficiales se erijan a partir de las heridas y las victorias de los poderosos, generando desde allí un discurso oficial que se replica en escuelas y medios de masas, haciéndole olvidar al débil que una victoria del poderoso es una herida para sí mismo y viceversa.

Chile, la institución gubernamental, nació en forma de capitanía general. Esto es, un territorio parte del Virreinato del Perú, como alguna vez lo fuera casi toda Sudamérica, pero con una condición especial: era un territorio militarizado. Los indígenas araucanos, a diferencia de las etnias que conformaban el Tahuantinsuyo, eran ingobernables. Preferían la muerte a la esclavitud. Tal es así que el ejército chileno derrota primero a Perú y Bolivia, expandiéndose hacia el Norte, y recién luego, ya con la viada, pacifican la Araucanía, expandiéndose hacia el Sur. Queda claro entonces el carácter con el que nace la nación chilena.

El Perú, por su lado, estando tan cerca tiene un carácter totalmente diferente. El Tahuantinsuyo era una sociedad piramidal, tiránica, en la cual las personas llegaron a ciertas practicas culturales y religiosas que pacificaban el convivio. Al llegar, los españoles lo único que hacen es tomar el poder del estado incaico y poco a poco ir adaptando las instituciones y la cultura de la gente a la usanza europea. Es decir, volviéndola más piramidal y más tiránica, oprimiendo con mayor severidad a las bases.

Es interesante analizar étnicamente las configuraciones de las tropas en la guerra del Pacífico. En el ande, indios y mestizos seguían las órdenes del brujo Cáceres, mientras que surcando los mares, libertos marineros negros acompañaban las aventuras de Grau y compañía. Por el contrario, los culíes chinos de primera o segunda generación (el escalafón social más bajo de la época,) apoyaron en la guerra a las tropas chilenas. En una sociedad estamental como lo fue el Perú hasta mediados del siglo XX, pareciera que la historia estuviera detenida, que no existiera el conflicto. La rebelión es difícil de imaginar. Hace demasiadas generaciones que todo sigue igual y ya nadie concibe la idea de una sociedad diferente. Sin embargo, el trabajo incesante e indigno de la esclavitud, se compensa con los bienintencionados regalos que hace el amo algunas pocas veces al año. Recordemos las fiestas patronales. El padrino, ese ser mesiánico que paga por la ansiada catarsis de alcohol y música, es una persona querida y respetada. Sabe como mantener al pueblo contento.

Los poderosos del Perú no ven en las minorías ni en las clases pobres a un enemigo potencial. Por el contrario, cada alzamiento popular lo único que ha conseguido es que se apriete con mayor fuerza la correa con las que se encadena al pueblo a su centro de trabajo. Tenemos el brazo demasiado torcido. No obstante, hay un archienemigo que al peruano poderoso le ha sido siempre muy difícil vencer: Chile. Un claro ejemplo es la pugna entre LAN y Aero Continente. La primera, una empresa de primera calidad y precios nada baratos, consiguió derrotar a la segunda, no en la carrera comercial, si no promocionando se investiguen los nexos de la empresa peruana con el narcotráfico. Por la razón o la fuerza. Ese es el lema sobre el que se funda la nación chilena. Donde pone el ojo pone la bala. Es un error creer desde fuera que esta actitud parte de un ensañamiento particular contra los peruanos. La violencia ha dejado un rastro amplio sobre el rostro de la sociedad chilena. Compare usted las dictaduras militares de ambos países en la década del 70. La crueldad del régimen de Pinochet hace ver al general Velasco como poco más que un cadete idealista que pecó de bienintencionado. Imaginemos a Chile como el lejano oeste de Sudamérica, el territorio liminal del poder civilizatorio. Como bien versa su nombre quechua: Chili, el confín. Así como el peruano carga con varios siglos de sumisión irredenta, el chileno lleva tras de sí la violencia y la convicción que se necesitan para mantenerse en la lucha y a la vanguardia.

Al día de hoy la sociedad chilena ha ganado varias batalles en términos de derechos sociales que los peruanos soñaríamos con poder gozar, como por ejemplo una educación pública de calidad y gratuita. ¿Por qué no en vez de quejarse cuando el vecino se copia de nosotros, no aprovechamos para nosotros también copiarnos de ellos? ¿No quisiera la ciudadanía peruana un transporte público eficiente? ¿O a caso preferimos la informalidad y los accidentes porque hacer las cosas ordenadamente es demasiado chileno para nuestro gusto?

Lo que entendemos por realidad esconde entre sus pliegues las costuras de las estructuras de poder. La historia oficial tiene siempre una cara oculta. No olvidemos que sobre la sociedad civil reside el poder y que los políticos nos temen porque su poder está construido sobre una casa de naipes.

Votemos bien. Elijamos autoridades competentes y honestas. Consumamos productos ecológica y socialmente responsables. Hagámosle frente a la corrupción y la plata fácil. Revertir el circulo vicioso del odio entre las personas es un acto de voluntad. No siempre es fácil, a veces somos presa de esa muy humana oscuridad fundamental. (Lo ocurrido el viernes es prueba de ello.) Que los dueños del mundo no nos engañen con ideologías y nacionalismos. Debemos combatir la corrupción, la desigualdad y el odio entre las personas de a pie, frágiles y humanas, para comenzar a exigir todos juntos que se respete indefectiblemente nuestra dignidad.


Escrito por

Alonso La Hoz

No es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea.


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