#ElPerúQueQueremos

Somos (II)

Una ciudad aterrorizada

Publicado: 2013-11-18

La noche termina. Paro un taxi y tramito un poco la tarifa. Estoy por subirme. De pronto, la chica que me acompaña me dice “Ese Taxi no. No me da mucha confianza”. Respeto mucho el sexto sentido femenino. Por eso no insistí, por más barata que nos hubiera salido la carrera. La persona que estuvo a pocos metros de mí puede que me haya querido hacer daño y yo ni me percaté. ¿Eso andan pensando todo el tiempo las mujeres? ¿Si les pueden hacer daño? ¿Cómo se puede vivir así?

Salgo del cine. Camino unos pasos y un hombre les dice a unas chicas que estaban por subirse a su auto: “Señorita, no se vaya a olvidar de la cuidadita”. ¿Cuidadita? ¿Por qué estaría implícito siempre el servicio de vigilancia? ¿Podríamos acaso responder: “No gracias, pero hoy no necesito que me cuiden el auto”? No. Porque 1) Hay choros por todos lados y 2) Si le dices al pata que te quiere cuidar el auto que no le vas a pagar ni una mísera propina, (que eso es lo que se ha pactado que el servicio de guardianía se merece) te cagas de miedo de que vaya a llamar a su mancha del barrio que seguramente son todos más pirañas que él. Por eso, estamos obligados a tomar un servicio que no deberíamos necesitar.

Me llaman para dar una mano en un rodaje. Hay 4 cámaras semiprofesionales, 8 lentes, computadoras, discos duros y bastantes etc muy costosos. Un hombre desconocido comienza a rondar. Estamos en un lugar público, no se le puede pedir que se vaya. Media hora después lo veo con un maletín de fotografía. Pienso: “De hecho se está llevando las cosas. Pero no, por qué no podría ser un fotógrafo que ha venido a tomar fotos a este lugar increíble, como nosotros. Que sea de piel oscura no me tiene porque hacer pensar que es un ladrón.” Pobres mis amigos, no tienen idea de cómo pagar todo lo que les robaron.

Estoy sentado en la banca esperando a que sea mi turno de entrar a jugar pichanga. Un desconocido se sienta a ver el partido. Mientras yo me pongo contento por haber llamado la atención, por tener un fan de nuestro movimiento de balón, se acerca uno de mis patas y me dice: “Huevón mueve las mochilas pes que ese pata es choro”.

Quizá soy muy pavo para no darme cuenta de quién es choro y quién no. Quizá en estas cuatro anécdotas (ocurridas en el lapso de una semana) soy yo el que está equivocado. Haber sacado panza y una altura promedio, me ha hecho sentirme una persona difícil de choriar. Y la verdad, nunca me han sacado cuchillo, ni pistola. Quizá por eso perdí el miedo que de niño me perseguía, que nos persigue a todos o que por lo menos nos hace estar atentos, suspicaces.

Iba en mototaxi por la calle principal de Oxapampa y así, como quien intenta empatizar con los locales, le pregunto al chofer: “¿Compadre y por acá roban?” Me responde: “Nunca he escuchado de alguien al que le hayan robado en Oxapampa”. Mientras este tranquilo señor me da un paseo por las afueras de la ciudad, veo unos niños a pie, volviendo a casa del colegio, jugando por entre las aguas mansas del río.

Regreso a mis diez años. Era de noche. Se me pasó la hora jugando en el vicio: el Nintendo 64 que prestaban en el Blockbuster, porque mi vieja nunca me quiso comprar uno. Nunca había estado fuera de mi casa solo y de noche. Así que emprendí la carrera. Ni todos los mostros de Star Treck me daban tanto miedo como caminar de noche por mi ciudad.

Cuentan que alguna vez Lima fue distinta, más tranquila. Cuentan también que luego, en los ochentas, eso cambió y que ya no se podía salir a ciertas horas a la calle, pero que, después de un combate muy duro, el terror se acabó cuando cayó Abimael. Pero es mentira. El miedo que sentimos el día de hoy no es el de una bomba que reventará frente a nuestros ojos, es el del Otro agresor, ventajista y prepotente. Una nueva forma de terrorismo. Un nuevo pretexto para perpetuar el desencuentro de clases, pero esa será otra historia.

Yo no quiero vivir en un lugar donde siento miedo. Creo que debería ser como un derecho humano o algo. Quiero, si tengo hijos, que jueguen entre las aguas mansas del río mientras regresan del colegio, quiero que mis amigas no sientan las 24 horas del día que las pueden violar. En Lima, e imagino que en otros lugares también, el miedo se ha hecho crónico. No vale la pena vivir con miedo.


Escrito por

Alonso La Hoz

No es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea.


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